Star Wars: La devoción que amenza

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 Yo creo que Star Wars es una película muy sencilla. Elemental en su planteamiento y sumaria en su puesta en escena, quiero decir. Sin embargo, su éxito superlativo no radica ahí. Como siempre sucede con las buenas películas, lo mejor siempre está en lo que no se muestra y se escamotea deliberadamente. El espectador debe siempre completar los espacios en blanco y cuando una historia consigue atraer su atención, nuestras emociones hacen el resto. Obi Wan Kenobi le cuenta a Luke -y de paso a la audiencia- sobre unas guerras clónicas que no conocemos, sobre unos caballeros jedi que ya no existen; el mundo galáctico no solo es un grandioso espacio sideral plagado de sonidos improbables sino también un desierto polvoriento en donde todo luce sucio y desfasado.  Nos imaginamos un pasado en donde hubo un motivo por el cual los rebeldes se sublevan ahora frente a la tiranía del Imperio. La galaxia está en pie de lucha, no sabemos desde cuándo ni por qué, pero así es. El espectador llega a la mitad de la obra. Solo le queda imaginar. Eso fue lo mejor de la película original de 1977.

La primera vez que vi esa película fue a mediados de 1987. Yo tenía ocho años, estaba en segundo año de primaria y vi que un compañero de colegio había traído una lonchera de metal en donde estaban repujadas las imágenes  R2D2 y C3PO en vivos colores.  Debí asociar ideas con algunos comentarios de otros compañeros que ya venían de tiempo. El caso es que algunos días después, un domingo después de volver de la iglesia, alquilé una copia de La guerra de las galaxias (así en castellano, como siempre la conocí y la nombré) en un casete de Betamax  y vi la película completa de un tirón en la pantalla del  viejo Sony Trinitron que sojuzgó mi infancia durante muchos años.

Aunque ya había descubierto lo fascinante que la ficción podía ser a través del cine, fue Star Wars la que me hizo entender un poco  más acerca de la importancia de que una historia esté bien contada. El enganche fue inmediato y conocí la ansiedad en el mismo instante en que supe que la historia no terminaba ahí: aún faltaban dos películas más. Por supuesto, encontré El imperio contraataca y El regreso del jedi en la misma tienda que alquilaba los videos cerca a mi casa y mi pase al lado oscuro fue completo. Las películas se volvieron para mí en puntos referenciales y motivos de apasionadas discusiones, pero sobre todo en una obsesión galopante. Recuerdo que de niño me llegué a memorizar a todos los personajes, las naves y criaturas de las películas. No era el único: en el patio del colegio muchos compañeros se arremolinaban alrededor de los niños más pudientes que solían traer de vez en cuando los juguetes oficiales. Recuerdo que una vez me prestaron para que sujete por unos segundos un enorme y soberbio X-wing. En otra oportunidad tuve entre mis manos algunas de las figuras de acción clásicas Kenner que hoy son casi invaluables. En fin. Las películas de Star Wars eran en sí mismas un catálogo infinito de información estimable que se reproducía en las cajas de los juguetes, sus manuales y en revistas extranjeras que alguien traía al colegio. Toda esa información era demasiado valiosa para los niños que fuimos y algunos amigos nos encargábamos de intercambiarla verbalmente todo el tiempo. Parecía una estampa sacada de Fahrenheit 451. Si acaso había libros ilustrados de gran formato en esa época, el acceso a ellos, definitivamente no estaba al alcance de los niños clasemedieros de finales de los ochenta. Las repeticiones televisivas eran momentos sagrados y yo estaba convencido que cada año su visión debía ser obligatoria. Me acostumbré al primer doblaje castellano y recuerdo parlamentos completos que el nuevo doblaje ha modificado y me sorprendí en algún momento al escuchar por primera vez las voces originales de los actores. A pesar de que nunca me convertí en un fanático, digamos,  militante (jamás asistí a ninguna convención ni me disfracé para algún evento); siempre sentí que mi gusto por la trilogía original de George Lucas era genuino. Lo más expansivo que llegué a hacer alguna vez fue leerme las versiones novelizadas de las películas originales que se editaron bajo el sello de Oveja Negra. La historia me fascinó más aún y terminé convenciéndome, ingenuo niño al final, de que toda la información que tenía en mi cabeza –Tatooine, banthas, tauntaun, AT- AT– era realmente valiosa.

 

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Con los años todo cambió. No un fue un cambio gradual, por supuesto. Todo empezó en algún momento antes de 1997 en que volví a ver las películas y sentí que algo ya no estaba tan bien. Sonará pretencioso pero me parecía que las películas habían envejecido. No es que fuera algo malo: algunas películas se resienten con el paso del tiempo; hay otras que nunca envejecen y, como en esos años me había aficionado a las películas de Scorsese, Coppola y Woody Allen, era natural que las películas de Star Wars empezaran a mostrar más notoriamente sus filones menos inspirados. Lo más dramático, sin embargo, ocurrió en el momento en que casi me vuelvo inconverso y renegado: fue el momento en el que George Lucas decidió, en algún arrebato de necedad hasta hoy inexplicable, modificar las películas originales con los famosos cambios que hoy todos ya conocen, lamentablemente. El amigo Marco Sifuentes lo explica mejor que yo aquí. Todo empeoró con las precuelas, que tengo que admitir, me despertaron cierto entusiasmo al comienzo como idea original, pero con cada película que me di el trabajo de ir a ver al cine, la decepción era mayor. El gran error de George Lucas, entre muchos, fue contravenir la regla que había sido el pilar del éxito de la película original: Lucas decidió mostrarlo todo, absolutamente todo. Y claro, fracasó clamorosamente.

Desde entonces he vuelto a ver las películas otras veces más solo para seguir renegando de los nuevos cambios en las ediciones en DVD y en Blu-ray. Con cada nueva visión, compartí con todo el que me quería escuchar mi desazón frente a las películas de George Lucas; denostaba de mi primer gusto infantil por La guerra de la galaxias y me burlaba de los que aún consideran a las películas fetiches de culto. Me hubiera convertido en un completo renegado y un apóstata sin remedio de no haber sido por la Fuerza desatada de J.J. Abrams.

 

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La noticia de la compra de Lucasfilm por parte de Disney en el 2012 fue un viento fresco que de verás no vi venir. Escuché a muchas personas decir que la idea de hacer tres películas más era una descarada movida comercial para aprovecharse del éxito de la saga. Pude estar de acuerdo, pero felizmente el anuncio de que J.J. Abrams dirigiría el entonces conocido como “episodio VII” no solo me tranquilizó, sino que de veras me entusiasmó. Abrams es uno de los directores más competentes de su generación. No es un reciclador como lo fue en su mejor momento George Lucas, su gran mérito es el de ser un cinéfilo y comprender que el cine es un entretenimiento en sí mismo en donde lo mejor que se puede hacer es tener una buena historia y contarla con las mejores herramientas posibles. Reconocer eso en el creador de Lost y el director de Super 8 y las nuevas  películas de Star Trek es algo que definitivamente elevó las expectativas y eso fue algo que mucha gente alrededor del mundo comprendió de inmediato. Que no se confunda nadie. Tantos fanáticos alrededor del mundo, no están equivocados. Por eso, lo mejor de El despertar de la Fuerza es, cómo no, la vuelta a los orígenes, la frescura y la desfachatez fantasiosa, el radicalismo de ese subgénero conocido como space opera, la historia del héroe que descubre su destino y los toques de, llamémoslo así, una modernidad narrativa que acerca la película a los espectadores de hoy. Nada sobra en esta película de la que el año pasado se habló lo suficiente y de la que pueden encontrar la reseña más formal aquí y la más militante por acá.

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Hoy, gracias a un coqueto juego de palabras en inglés, es el Día de Star Wars. Y también es el día en que recuerdo como volví al redil de una franquicia que también pasó por una reconversión en donde la sencillez es la clave de la genialidad.

 

BONUS 1:

La encantadora Daisy Ridley saluda a todo el mundo desde la filmación del episodio VIII:

 

BONUS 2:

La encantadora Rey imaginada por la lúbrica paleta de Milo Manara:

Rey por Milo Manara

Rey por Milo Manara

 

#MayThe4thBeWithYou

 

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